Los romanos excavaron en el País Vasco una de las minas más notables de Hispania. Olvidada durante siglos, ahora se puede visitar
06.02.09 -
Minas de Arditurri
Oiartzun (Guipúzcoa)
Cómo llegar: A Oiartzun se llega por la AP-8 (salida 3) o por la Nacional 1.
Precio: La visita estándar cuesta 4 € (gratis para los menores de 5 años). Además, hay visitas de aventura (6 €) y billetes combinados con el Tren Verde que sube desde Oiartzun (10 €) y con el tren y otros museos (12 €).
Reservas: 943 494 521.
Web: www.arditurri.com.
El imperio romano construyó en el paraje de Arditurri (Oiartzun) una obra inmensa, pero durante muchísimo tiempo nadie supo ni siquiera que existía. Hasta una fecha tan reciente como 1983, los arqueólogos sólo contaban con unas monedas y unos fragmentos de cerámica hallados en la zona. Lo demás flotaba entre el rumor y la leyenda. Conocían el remoto informe que un ingeniero alemán llamado Thalacker, enviado de la Corona española, escribió allá por 1804, en el que describía con todo detalle un extenso entramado subterráneo (¡42 galerías y 82 pozos!) y en el que nombraba Arditurri como una de las minas más importantes de toda la Hispania romana. Y tenían otro informe de 1897, firmado por el ingeniero Gascue, en el que se confirmaban las apreciaciones de Thalacker, se estimaba entre 15 y 18 kilómetros la extensión de las galerías romanas y se calculaba que cuatrocientos hombres habían tenido que trabajar durante doscientos años para perforar semejantes minas. Sin embargo, esos textos tan exhaustivos fueron tachados de fantasiosos y rápidamente olvidados. Pesaba mucho la teoría de que los romanos nunca habían colonizado el País Vasco, y a algunos historiadores, la idea de que el imperio hubiera establecido una gran infraestructura en estas tierras les sonaba a puro disparate.
En 1983, la arqueóloga Mertxe Urteaga empezó a investigar por los alrededores del coto minero de Arditurri, que entonces estaba explotado por la Real Compañía Asturiana de Minas. Y con la ayuda del espeleólogo Txomin Ugalde redescubrió las huellas del imperio: en las salas de la explotación moderna identificó nueve galerías excavadas con la técnica de los romanos, que fueron declaradas bienes de interés cultural por el Gobierno vasco. Por suerte para ellos la explotación minera cerró al año siguiente por falta de rentabilidad y desde entonces se sucedió un goteo de descubrimientos arqueológicos: docenas de galerías, paredes abiertas a fuego, molinos de mano, mazas de piedra, picos de hierro, lámparas de cerámica, restos de comida...
De claustrofobia, nada
Mertxe Urteaga, que hoy es directora del centro de estudios Arkeolan y del Museo Oiasso en Irún, nos lleva de visita. En una pequeña explanada se levanta el edificio del laboratorio minero, que alberga el Centro de Interpretación de Arditurri, y en los alrededores se ve la galería que han acondicionado para los visitantes. El túnel se cuela por la misma entraña de un enorme filón oscuro, descarnado, que se observa perfectamente desde el exterior. El filón es una franja diagonal de cinco o seis metros de ancho, que sigue esa trayectoria subterránea hasta pasar por debajo del arroyo Arditurri. Si imaginábamos unas galerías estrechas y claustrofóbicas, nos llevaremos una sorpresa: el paseo es relativamente amplio, porque esta montaña permite abrir túneles espaciosos sin apuntalar. Para acceder al filón, las empresas modernas excavaban unas grandes cámaras y les bastaba con respetar algunos pilares maestros.
Desde el tramo acondicionado los visitantes pueden asomarse a las salas y los lagos subterráneos que se ven más abajo. Por el momento no podrán seguir descendiendo, porque al resto del itinerario sólo se puede acceder acompañado por alguno de los arqueólogos, y bien pertrechado con casco, linterna, botas y ropa vieja. Primero hay que bajar por una estrecha rampa, más tarde tocará agacharse, reptar, subir a cuatro patas, chapotear por suelos embarrados y golpearse con las esquinas del techo cada dos por tres.
En las galerías excavadas hasta el momento han hallado huecos en las paredes para dejar las lamparitas de aceite, cubetas para el lavado de minerales, herramientas y muchos restos de comida: espinas de pescado, huesos de cerdo, huesos de melocotón, trozos de vajilla... Todo esto indica que los mineros –asalariados o esclavos– hacían buena parte de la vida bajo tierra. El recorrido subterráneo también permite contemplar los restos de la minería del siglo XX: tuberías para achicar el agua, una espectacular jaula-ascensor por la que bajaban los mineros y todos los elementos de un trenecito subterráneo (raíles, traviesas, agujas para el cambio de vía y los cargaderos de mineral).
Al final del paseo trepamos a la superficie por un hoyo estrecho y desembocamos en un cráter que dejó la explotación moderna a cielo abierto. Los trabajos mineros han desfigurado tanto el paisaje que a Mertxe Urteaga le parece difícil cumplir otro de sus objetivos: encontrar los restos del poblado romano de Arditurri. «Debieron de construir una infraestructura industrial y una población considerable en esta zona. Tendrían fundiciones para separar la plata del plomo y aquí trabajaría mucha gente, desde mineros hasta ingenieros, pasando por los que daban servicio a todos los trabajadores». El macizo de Peñas de Aia constituía el eje de un distrito minero muy relevante, cuya capital era Oiasso, ciudad fronteriza entre Hispania y Aquitania, comunicada con dos de las calzadas principales del imperio y con uno de los puertos más activos de la fachada atlántica. Nos encontramos, sin dudas, en uno de los cogollitos del imperio. Y con muchas pruebas de su importancia aún bajo tierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario